Antoine de Saint-Exupéry. El
principito, pág. 83.
EL
PRINCIPITO
(en francés: Le Petit Prince),
publicado el 6 de abril de 1943, es el relato corto más conocido del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry.
Lo escribió mientras se hospedaba en un hotel en Nueva York y fue publicado por primera
vez en los Estados Unidos. Ha sido traducido a ciento
ochenta lenguas y dialectos, convirtiéndose en una de las obras más reconocidas
de la literatura universal.
Se considera un libro infantil por la forma en la que está escrito y por la historia en un principio simple,
pero en realidad el libro es una metáfora en el que se tratan temas tan
profundos como el sentido de la vida, la amistad y el amor.
SINOPSIS
En este libro, un aviador
—Saint-Exupéry lo fue— se encuentra perdido en el desierto del Sahara, después de haber tenido una avería en su avión.
Entonces aparece un pequeño príncipe. En sus conversaciones con él, el narrador
revela su propia visión sobre la estupidez humana y la sencilla sabiduría de
los niños que la mayoría de las
personas pierden cuando crecen y se hacen adultos.
El principito vive en un
pequeño planeta, el asteroide B 612, en el que hay tres volcanes (dos de ellos activos y uno
no) y una rosa. Pasa sus días cuidando de su
planeta, y quitando los árboles baobab que constantemente intentan echar raíces allí. De permitirles crecer,
los árboles partirían su planeta en pedazos. Un día decide
abandonar su planeta, quizás cansado de los reproches y reclamos de la rosa,
para explorar otros mundos. Aprovecha una migración de pájaros para emprender
su viaje y recorrer el universo; es así como visita seis
planetas, cada uno de ellos habitado por un personaje: un rey, un vanidoso, un
borracho, un hombre de negocios, un farolero y un geógrafo, los cuales, a su
manera, demuestran lo vacías que se vuelven las personas cuando se transforman
en adultas. El último personaje que conoce, el geógrafo, le recomienda viajar a
un planeta específico, la Tierra, donde entre otras experiencias acaba
conociendo al aviador que, ya habíamos comentado, estaba perdido en el
desierto.
MI
EXPERIENCIA CON ESTA OBRA
Esta ha sido una de las obras literaria que más me ha
impactado en la vida, es la sexta vez que la leo, y se ha convertido ya en uno
de mis libros de cabecera, ¿Por qué elegí este dentro de otros? Quizá su
sencillez, la facilidad para comprender su lectura, que lo mismo puede
entenderle un niño a un adulto. Y ¡claro! La gran enseñanza que en sus letras
se encuentran. Su metáfora tan audaz e hipnotizante, que te hace leer y no
parar hasta llegar a su final, el cual es muy triste, y en mi experiencia con
otros compañeros lectores que ha tenido la misma oportunidad, ha logrado
arrancar lágrimas en muchos de ellos. Ya hablamos del autor, del libro, es hora
de expresar mi experiencia como lector, de tan noble novela que a mi juicio,
debería estar considerado como un Best-seller.
No es extraño, que las
personas mayores trunquen con sus comentarios los sueños y aspiraciones de un
niño. Tenía doce años cuando decidí que quería dedicarme al hermoso arte de las
letras. Quería ser escritor, pues a esa edad, ya escribía poemas que mis
compañeros pasaban a declamar en el patio de la escuela a la hora de los
honores a nuestra bandera. No bien terminaba la secundaria, mi padre ya me
cuestionaba sobre la carrera que deseaba cursar, mi respuesta, era siempre la
misma, la de ser escritor; también era un buen dibujante, pero me apasionaba
más la idea de convertirme en un literato; mi progenitor, como todo padre que
siempre quiere lo mejor para su hijo me decía: --¡no mi´jo la poesía te matara
de hambre!-- Siempre se empeñó para que me enamorara de otra área que no fuera
sobre las artes. Así es como me decidí por la nutriología.
Al igual que nuestro amigo Antoine, su sueño de ser pintor fue desalentado por
las personas mayores. Por ésta causa pudo conocer a ese extraño personaje de
cabellos de oro como él lo describía, un hombrecito extraordinario, que no
respondía cuando se le interrogaba: El principito.
Gracias a él pudimos comprender lo complejos que nos volvemos cuando nos
convertimos en adultos, y, digo pudimos pues me refiero a Antoine y a mí, que
por sexta vez leo este libro que me ha maravillado tanto como si fuera la
primera vez. Por su causa supimos que nuestro mayor interés como personas
mayores son los números. Por él, supe que mi padre no le interesaba tanto mí
porvenir, si no los tantos números que pudiera conseguir. Y en mi interior
pensaba:
--Qué mayor gana tiene de fastidiarme, si lo único que quiero es escribir.
— (sin duda una emulación de nuestro hombre de negocios del cuarto planeta). No
fue, hasta que mi niñez se apartó de mí, cuando logre comprender estos
intereses.
En una segunda vez de encontrarme con mi principito, una amiga me había
obsequiado un cachorrito, éste, aunque no de distinguida raza, era muy
simpático pues siempre que sacaba a pasearlo llamaba la atención de todos lo
que por ahí pasaban y un cuestionamiento era común entre los curiosos: --¿De
qué raza es?-- a lo cual, siempre respondía que de ninguna en especial. He de
mencionar que todos los que se acercaban a preguntar su proveniente clase, eran
personas adultas. En una ocasión, dentro de muchos indiscretos, se acercó para
apreciar al tierno can, una linda niña de apenas cinco años; ¡amigos! cuál
sería mi mayor sorpresa cuando escuche con tímida vocecita su admirable interrogación:
--¿Cómo se llama tu perrito?-- Sólo le interesaba saber cuál era el nombre, de
tan tierno animalito; ¿¡sorprendente no!?
Ahora comprendo a mi amigo Principito, que tanta razón tenía al decirse a
si mismo en una profunda perplejidad “las
personas mayores son decididamente mucho muy raras”.
¡Hey niño de cabellos dorados! Por ti también aprendí el verdadero amor,
que se logra con el poder de la domesticación, lo cual, nos hace únicos en la
tierra.
Soy un ser común y corriente, pero si alguien me doméstica, si crea lazos
de amor, entre el y yo, nos crearemos una necesidad, entonces, dejare de ser
común, dejaré de ser como los millones de rosas que hay sobre la tierra, que
son bellas, pero están vacías. Porque nadie las ha regado, nadie las ha
protegido bajo una campana, ni las ha abrigado con un biombo, tampoco les ha
matado las orugas, porque nadie las ha escuchado quejarse o envanecerse, o
también a veces callar. Todo esto es domesticar, es crear lazos, es, amar
intensamente.
Si no creo lazos no
doméstico, si no domestico no amaré fuertemente, y si no amo
inconmensurablemente jamás podre ver con el corazón, puesto que lo esencial es
invisible para los ojos. Otra gran enseñanza que siempre te agradeceré, pues
ahí comprendí otra gran verdad, los mayores siempre tenemos prisas, andamos de
lado a lado, buscando algo, que ni sabemos que es.
Sólo los niños saben lo que buscan, viven y disfrutan su presente. Hoy en
día, siempre he estado en la espera de volver a ser como ellos, pues es bien
sabido que un niño no tiene pasado, ya que es muy raro que recuerde lo que hizo
un día antes, tampoco tiene futuro, pues no se la pasa pensando en lo que hará
mañana, o pasado mañana, o quizá el mes entrante. Él solo disfruta su presente,
¡lo vive! En cambio nosotros como adultos, a veces vivimos inmersos en el
pasado, aún no podemos despojarnos de el. Nos la pasamos preocupados por
nuestro futuro, solo estamos planeando para el futuro, nos pre-ocupamos y no
nos ocupamos de nuestro presente, acabamos de comprar un coche y ya estamos
pensando en el próximo sin disfrutar el que ya tenemos. ¡Qué triste realidad!
Lo que más me sorprende de ser niño es el poder imaginario del que somos
dotados, y lo cual vamos perdiendo cuando crecemos. Somos capaces de crear
grandes mundos donde no existe nada. Recuerdo que de niño, en un patio enorme
de mi casa, me bastaba con un árbol, para poder tener un enorme helicóptero de
guerra, unos palos y unas piedras, y transformarlos en grandes armas. Ese es el
grande poder de la imaginación que solo los niños pueden tener, pero la podemos
recuperar si la perdemos, si solo nos atrevemos a trabajar con ella, sin pensar
en los demás, sin el miedo al que dirán. ¿Cuándo fue la última vez que brincaste
como loco sobre tu cama hasta quedar exhausto y sentir que tu corazón de tu
pecho quiere salir, o te tiraste al piso para contemplar el cielo estrellado y
contar las lucecitas que tiritan aunque nunca las logres contar, o buscar
diversas formas de animales o cosas en las nubes hasta hallar un monstruo de
tres cabezas, y figurar que eres perseguido por él, ¿Es posible que aún podamos tomar un cochecito,
empujarlo con nuestros dedos, e imaginar que estamos dentro de el, para iniciar
una gran carrera? No, ya no más de esto, ya no más mis luchadores del santo,
mis carritos para jugar a las carreras no regresan más, mi caballo que siempre
imagine en un palo de escoba el cual disfrutaba mucho montar, éste, tampoco
vuelve más. Todo esto perdí, desapareció mi niñez, y todo esto con ella se fue.
Espero algún día poderla recuperar.
Esto aprendí de mi amigo, imaginario tal vez. Aunque fuese cierto, producto
de la imaginación o no, me encantaría encontrármelo algún día, ya que tengo
mucho más que aprender de él. Tengo muchas preguntas que le quisiera hacer. Quizá
y por él, realice mi más grande sueño, el de escribir, pero escribir en serio y
en serie. Para esto, me es menester que mi infante imaginación vuelva a mí y con ella, quizá, volver a ser niño otra vez.
De Saint-Exupéry, Antoine. El principito, 17ª ed. México, Porrúa,
1994
91p. (Colección. Sepan Cuantos;
299)
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